Mi Libro de la muerte:

“El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado.” Mahatma Gandhi.

Introducción: 
Ratifico que, mi perspectiva de la muerte está influida por mi devoción a la religión cristiana, por mi formación Católica, Apostólica y Romana (deformación jesuítica), con la apertura que he tenido en especial hacia la ortodoxia griega y en menor medida de algunas filosofías orientales. Por esto no pretendo conversar del tema desde la ciencia, y mucho menos de la filosofía; toda referencia religiosa es ajena a cualquier corriente teológica definida. Mi intención es conversar sobre mi visión y mi experiencia. 
La muerte es un tema importante para mí, porque me ha tocado tenerla cerca varias veces; en algunas oportunidades me le he aproximado por voluntad propia y en otras pareciera que las circunstancias me alejaran de ella, como una forma de mantenerla a distancia y evitar la sensación de quien se detiene al borde de un precipicio y comienza a sentir un llamado o atracción peligrosa para saltar. 
La muerte es una de las leyes que rigen el universo. Todo lo que se crea en el universo, tarde o temprano, se termina. Pero en esa ley universal, la muerte no es un fin, si no es el comienzo de otra etapa o estadio. Todo en el universo evoluciona, se deteriora, en fin, se transforma. Parafraseando a la Biblia: Polvo cósmico somos y en polvo cósmico nos convertiremos. 
En su estadio llamado vida, el polvo cósmico no es más que la capacidad de la materia de duplicarse a sí misma, mediante la utilización e interacción de elementos de su entorno inmediato; y aun así, éste no deja de regirse, a pesar de esta asombrosa habilidad particular, por el mismo principio de “creación” de un estadio “vivo”, que evoluciona, se deteriora y cambia a algo distinto a aquel que lo origina, que sería la muerte. En un sentido “biológico”, la muerte se convierte en una pieza fundamental en el proceso de evolución de los seres “vivos”. 
En la medida en que el ciclo vital de un ser vivo es más corto o más simple, su capacidad de evolucionar se acelera de manera más significativa y, por tanto, redunda en una mayor posibilidad de supervivencia en el tiempo. El otro factor fundamental es la posibilidad de intercambio de información genética, porque la mezcla de materiales genéticos compatibles, pero no iguales,  permite un proceso evolutivo lento pero muy efectivo para la mejor adaptabilidad e incremento de la posibilidad de supervivencia. Por eso las especies más longevas suelen tener menos posibilidades reproductivas, y por ende resulta más lento su proceso evolutivo de adaptación. Es decir, la muerte permite la sustitución de generaciones de seres vivos por otras que lentamente van mejorando su adaptación al medio o medios ambientes en los que se desenvuelven. Si viviéramos demasiado como especie, estaríamos poniendo en riesgo la sustentabilidad de la humanidad. Una larga o interminable vida nos haría holgazanes y perderíamos el efecto de impulsar el cambio que tiene la muerte. 
También la muerte ha prestado servicios importantes a la humanidad. Resulta muy difícil que los seres humanos, durante la vida, no detengan o disminuyan su proceso de adaptación a los cambios en las sociedades y de su entorno, y su capacidad o velocidad de cambiar o evolucionar frente a nuevas líneas de pensamiento. Sin la muerte, las sociedades se debatirían entre quedar atrapadas por viejas concepciones o la necesidad de tener que execrar a aquellos atrapados por sus viejos modelos mentales. La muerte no solo mejora la raza biológicamente, sino que permite una renovación del pensamiento humano. Por algo hay quienes sostienen que para acabar o revisar un paradigma, se requiere la muerte de quien lo sostiene (1). 
Más allá de esta visión, para el ser humano, la muerte tiene una connotación de irremediable; es una puerta que nos lleva hacia un mundo que nos es totalmente desconocido o a ninguna parte desde la perspectiva de la razón. Pero la mente juega con el ser humano; nos engaña haciéndola ver como algo remoto, lejano y lo más importante, “acepta” su existencia, escindiendo este conocimiento de la emocionalidad y de la vivencia instintiva más profunda. Vivir en la conciencia de nuestra finitud, estimula una vida de disfrute con un objetivo trascendente. Esta es la experiencia que nos identifica con Dionisos (2).
Mi reto es relatar mi camino hacia la muerte y el aprendizaje que he encontrado en él.

La conciencia de la Muerte:
¿Cuándo surge la conciencia de la muerte? El tema es complejo, porque los animales más primitivos, un zancudo, un pez, un reptil, reaccionan automáticamente ante cualquier evento que ponga en peligro sus vidas. Esto es lo que se ha llamado el instinto de supervivencia. Sin embargo, este tema no queda limitado allí, porque esto explicaría la protección del individuo a sí mismo, pero no el instinto de procrear, que es lo que evita, en principio, la extinción de la especie en el tiempo. En el caso de los ovíparos hay una protección de los huevos y en grado menor de las crías. Esto adquiere importancia porque tendemos a asimilar el instinto maternal a un vínculo emocional (límbico) y no a una raíz más primitiva en la escala evolutiva. 

En el caso de los animales superiores, hay una protección más esmerada de la progenie, no solo por la vinculación emocional, sino también por la necesidad de los individuos superiores de mayores y largos cuidados para que la prole se desarrolle cabalmente y logre su independencia, que es lo que al fin y al cabo incrementa su posibilidad de sobrevivir. En este sentido, vemos un vínculo emocional en los mamíferos que lloran a sus muertos, demostrando que hay un nivel de conciencia acerca de lo que la muerte significa: un fin, una pérdida, un no volverte a ver. Finalmente, los mamíferos superiores, además de la conciencia instintiva y emocional de la muerte, tienen una concepción racional o una conversación acerca de la muerte. 
Cuando me refiero a este punto no lo circunscribo al Homo Sapiens, sino que incluyo a otras especies, de primates, especialmente en el mas desarrollado Homo Neanderthal, en quien se ha podido documentar el cuidado de sus enfermos y los ritos funerarios de sus seres queridos, tanto que, han encontrado cuerpos de este antropoide enterrados cubiertos con flores. 
El Ser Humano y su explicación de la Muerte: 
“El miedo a la muerte proviene del miedo a la vida. Un hombre que vive plenamente está preparado para morir en cualquier momento.” Mark Twain. 
Desde las primeras grandes civilizaciones del ser humano, comenzaron a surgir explicaciones acerca de la muerte y fundamentalmente para concluir que la vida es un tránsito hacia un estado superior o distinto de vida eterna, incluyendo las explicaciones que concluyen en la posibilidad de reencarnar. Ahora bien, resulta importante resolver si la convicción de que la vida no termina con la muerte es una realidad, o es una mentira que creemos para poder sobrellevar con “normalidad” una vida que sabemos irremediablemente finita. Una treta de la mente, que se ha dado en llamar memoria selectiva, que permite olvidar momentos desagradables o guardar en lo profundo del inconsciente aquello que no podemos lograr manejar de la realidad de la vida diaria. 
Por esto, cuando somos jóvenes, conocemos la realidad de la muerte, pero la visualizamos tan lejos en el tiempo que no la sentimos como que tuviera que ver con nosotros. 
Una vez, de visita a la Misión Dolores en San Francisco (EEUU de América), paseando por el cementerio anexo, no encontré a ninguna persona enterrada allí, que hubiese vivido más de 35 años. Esta gente vivió hace solo 400 años. Esto ratifica que, es relativamente reciente la percepción de la probabilidad de sobrevivir por largos años, independientemente de que la historia ha reportado casos, que son excepcionalísimos, de personas que vivieron largas vidas. 
Es evidente que la perspectiva de vida de un ser humano se ha acrecentado mucho en los últimos años, pero en épocas pasadas las personas debían procrear prácticamente cuando podían concebir su progenie. Por mucho tiempo la religión nos había dado la única explicación soportable de la muerte de general aceptación. 
El Encéfalo y la Muerte: 
Aquí se presenta un reto muy grande y es que, ante la realidad de la muerte, no somos capaces de manejarnos, cuando nuestro reptil (cerebro reptil) asume una acción defensiva desde el instinto, o se le suma una fuerte respuesta emocional  de pérdida (cerebro límbico), las cuales son incontrolables por el neo córtex, a pesar de lo fuertemente arraigados principios o paradigmas impuestos por la sociedad o asimilados por una tradición cultural o religiosa. 
Cuando refiero a lo anterior, lo hago más allá de la experiencia primitiva del enfrentamiento con la muerte, producto del encuentro con un predador hambriento o una situación de peligro inminente, en la que utilizamos las mismas respuestas de otras especies y que algunos expertos resumen en tres: Quedarse paralizado por el pánico, o hacerse el muerto, luchar en contra de la amenaza de muerte o huir de la situación. Esto es lo que se da en llamar “Fight o Fly” al que agrego la paralización, como respuesta también posible. 
El asunto importante es cómo enfrentamos la realidad de la muerte, aquí hay que analizar la perspectiva del ser humano moderno, que no está desconectada de la experiencia primitiva, pero en la que tiene una importante participación la mente, en su sentido más amplio. Me refiero en este caso a situaciones que se le pueden presentar a una persona que es condenada a muerte y tiene fijada su fecha de ejecución o una persona que ante un diagnóstico médico recibe la noticia de su pronto fallecimiento. Pudiera equiparase esta situación, pero más refiriéndose a la dimensión emocional, cuando nos vemos afectados por la muerte de un ser querido, pero normalmente la vemos más como un pérdida y no como una toma de consciencia plena de nuestra finitud. En estas circunstancias, tanto el condenado a muerte como el desahuciado, podrá paralizarse ante la noticia, huir de la cárcel, luchar en contra de la enfermedad, pero estas respuestas quedan dentro de lo tradicional y esto no me satisface suficientemente. 
Como seres humanos operan en nosotros, no solo los mecanismos instintivos y emocionales, sino también los racionales, que en las circunstancias anteriores, se ven disminuidos por la fuerza tan grande de la dimensión instintiva y emocional. Si la circunstancia de la inmediatez de la muerte no se encuentra presente, la noción de la misma queda restringida a lo racional fundamentalmente: sabemos que vamos a morir en algún momento de nuestra vida. El asunto es bajar la convicción racional de la finitud, de la cabeza al estómago y sentirse mortal en tiempo real.
Cuando me refiero al manejo de la mente del tema de la muerte, no lo hago solo refiriéndome al consiente sino también al inconsciente. Según Freud, El inconsciente también niega la existencia de la muerte, como una de las grandes amenazar en contra del “yo” y porque la idea de su propia mortalidad va en contra de su narcisismo primario, que lo convence de su invulnerabilidad. Karl Jung, por el contrario, señala que al caer en un sueño profundo y conectarnos con el inconsciente experimentamos la experiencia de la muerte.

En la línea de Freud, éste tenía entendido que soñar con la propia muerte era rechazado por el inconsciente como sucede con una pesadilla, haciendo que la persona se despierte súbitamente. Sin embargo, tuve, en una oportunidad, un sueño en el que viajaba en un avión que iba en picada y finalmente se estrella. Muerto en el sueño, comienzo a caminar entre los escombros del avión dándome cuenta de que los rescatistas no logran verme ni darse cuenta de mi presencia.

Como inició mi camino consiente a la Muerte: 
Para adentrarme con mayor profundidad en este asunto, necesito recapitular mi experiencia de la muerte y las enseñanzas que de allí surgieron. Mi primer acercamiento a la experiencia de la muerte fue en una piscina del Club de Campo Norte en San Tomé, estado Azoátegui, Venezuela, lugar de recreo de los empleados de la empresa petrolera Mene Grande. En esa ocasión, a la edad de tres años, estaba nadando con un “salva-vidas” que llamaban “bombín” (un desastre tecnológico) y en un determinado momento me quedé boca abajo sin poderme incorporar, y si no fuera por la pronta intervención de mi madre, me hubiera ahogado como mi tío Walter, en una fuente de un parque de la ciudad de München, a la misma edad, en 1927. De mi experiencia guardo memoria a pesar de mi corta edad.

Años después, a mis quince años, siendo un joven extremadamente delgado, sin forma física, en un mar bravo con resaca (3) me tocó sacar a una persona que se ahogaba. Cuando comencé a nadar me percaté de lo fuerte de las corrientes a las que me enfrentaba y que me arrastraban hacia el fondo del mar. Ya en el fondo, decidí salir por lo peligroso de la corriente; con gran dificultad logré llegar a la orilla y escuché el llamado de auxilio; miré a la orilla que estaba cerca y a la que podía terminar de llegar sin esfuerzo y del otro lado, el mar abierto y revuelto en donde estaba la persona en problemas y, en ese instante, me tocó decidir qué hacer. Pensé: Salimos los dos o nos ahogamos los dos; comencé a nadar hacia esta persona y creo que por suerte, al asirlo con mi mano, perdió el conocimiento y no me quedó más que nadar arrastrándolo hasta la orilla, con una fuerza que imagino venía desde la resolución definitiva que había tomado, sumada a una fuerte secreción de adrenalina, que hizo que esa labor, que físicamente parecía imposible para mí, se resolviese favorablemente.

Aquí surge una situación y es que mi instinto me urgía llegar a la orilla y salvarme, pero pensé: si no lo saco se ahoga; y creo que privó en mí la parte afectiva para tomar esa decisión. Racionalmente, era estúpida; no tenía la fortaleza física, ni el entrenamiento para esa tarea y además estaba agotado por haber nadado hasta la orilla. Así que, asumo que la emoción se sobrepuso a lo instintivo y a lo racional. Por supuesto, al acrecentar la situación de peligro, mi cerebro primitivo puso de su parte al aportarme la reserva energética y metabólica suficiente para lograr el objetivo.
Por esto es que a mis alumnos, cuando les pregunto cuál es el valor fundamental del ser humano y me responden que es la vida, les digo: Depende de que no se interpongan otros valores que sentimos más valiosos que la propia vida: La vida de otros, el amor, la justicia, la libertad, el honor, etc.

Salí de ese mar siendo otra persona, había escogido un camino hacia la muerte y había resultado premiado con la vida. Más allá del incremento de mi auto estima, se produjo un proceso de reflexión acerca del tema de la muerte que no ha cesado….

La lotería de la Muerte:
En el año de 1889, la pareja formada por el señor Johannes Petersen Segelke y María Teresa De Castro Ibarra, se preparaban para viajar a Hamburgo, Alemania, donde fijarían su residencia permanente, al terminar la comisión que le había sido encomendada en La Guaira, Estados Unidos de Venezuela, en la Casa Blohm; comprados los pasajes para viajar con sus 5 hijos, se enferma gravemente un de las hijas, lo que les hace aplazar el viaje. Finalmente la hija enferma fallece y se trasladan a Hamburgo sin mayores inconvenientes.

El hecho trascendente de esta historia es que el Vapor que no pudieron abordar, desaparición en el Atlántico y nunca más se supo de él ni de sus pasajeros. Si  lo hubiesen abordado, los descendientes de esa parte de la familia, a la que pertenezco, no habrían existido y este servido entre ellos.

Otro evento importante, que no soy capaz de evaluar en su real trascendencia, fue, que al ser declarada la Gran Guerra (1914/1919 hoy conocida como la Primera Guerra Mundial), los que habían pasado por su servicio militar fueron llamados a sus respectivos ejércitos.
Mi abuelo Carlos Petersen, quien para ese momento era novio de mi abuela Socorro Rutmann Yanez, fue llamado a presentarse al servicio militar en Alemania, a los pocos días de haberse comprometido en matrimonio con ella. El hecho importante fue que tomó un barco para regresar a su otra patria y el mismo fue detenido en Trinidad en virtud del bloqueo que acordó el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, con lo cual, se vio obligado a retornar a Venezuela y quedar libre de participar en una de las más cruentas e inútiles guerras de la historia. Del escuadrón al cual estaba asignado no quedó ninguno vivo. Aún así, no puedo asegurar que hubiere muerto en esa guerra, en la cual la tasa de muertes fue muy alta, pero pudiere haber determinado, en caso de sobrevivir a la misma, un destino distinto al de contraer nupcias con mi abuela.

En los primero días de mayo de 1961, a mi madre María Teresa Petersen de Pérez Luciani le correspondió acompañar a mi abuela Socorro Rutmann de Petersen a Roma para encontrarse con su otra hija Olga Petersen de Mélich y su Marido José Mélch Orsini. Mi padre Gonzalo Pérez Luciani había acordado viajar días después para alcanzarlos, pero obligaciones laborales no le permitían hacerlo en ese momento.

La situación se complicó porque mi padre, luego de ganar un juicio, recibió el pago de lo acodado por el tribunal del caso en favor de su cliente y como el cliente no estaba en la ciudad, el procedió a depositar ese dinero en el banco, el cual sufrió una corrida de fondos y no pudo recuperarlos. En vista de esta situación se vio obligado a reponer este dinero con algunos ahorros, que entre otras cosas tenía destinado a su viaje a Italia, con lo cual decidió quedarse en Caracas.

Por otra parte mi madre, se encontró en Roma una gran acogida de su hermana y cuñados, además de la hermana de sus cuñada  Pierina De Benedetto, su marido Benito Puglia y unos grandes amigos de Caracas, el gran artista Alberto Brant Casanova, su hermano Antonio, arquitecto y artista y la esposa de este Elsa Poe.

En esos meses de mayo se disfruta en Roma y sus alrededores de los cerezos en flor y de su deliciosa fruta y acuerda el grupo aceptar una invitación para una finca la cual estaba pautada después del 23 de mayo de ese año, fecha fijada para su regreso a Caracas.

Ella muy entusiasta y el gran empeño de sus compañeros de viaje, la puso a pensar en retrasar su regreso por una semana; pero ella ya estaba preocupada por mi padre, quien no había podido acompañarla y que el retraso la haría regresar el mismo día de su aniversario de bodas.

Sin todavía haber tomado una decisión, unos días antes de su fecha reservada de regreso, tuvo un sueño en el que una de sus  hijas, había tenido un accidente. Al día siguiente llamó a la casa y le informaron que Teresa, de 5 años, se había caído y tubo un raspón en un codo, sin mayores consecuencias. Esto la decidió a regresar en su fecha pautada inicialmente.

¿Cuál es el porqué de la historia?. Si mi padre hubiese podido viajar a Roma, o mi madre atendido los pedidos de quedarse, seguro se hubiesen regresado una semana más tarde, porque en esa época los vuelos a Roma eran una sola vez a la semana. El asunto es que el vuelo que partió de Roma a Caracas el 30 de mayo de 1961 (N° 897 de Viasa, en equipo arrendado a KLM, en la ruta Amsterdam-Roma-Madrid-Lisboa-Santa María-Caracas), se estrelló en el mar entre Lisboa y las Islas Azores, poco después de despegar del Aeropuerto de Portela y murieron todas las 61 personas abordo del DC-8 de esa línea aérea. Las causas del accidente nunca se determinaron y se atribuyeron a un error del piloto.

Esto me lleva a pesar en que a veces, sabiendo o en la ignorancia, tomamos decisiones de vida o de muerte que son capaces de cambiar la historia y estos casos me enseñan que mi propia existencia es, en cierta forma, un azar del destino; o se produce un cambio radical de calidad de vida, puest que pudiera haber quedado huérfano con apenas un año de edad: Por el contrario, hoy puedo seguir disfrutando de la presencia de mi madre sana y activa a sus bien vividos 85 años.

La negación de la Muerte:
A pesar de que tenemos conciencia racional de la muerte, la cultura contemporánea estimula la negación de la muerte.
En el pasado la muerte estaba demasiado presente en la vida de la gente, comenzando por el hecho de que las muertes de recién nacidos y de madres, en razón del parto, eran muy frecuente y, sumado a esto, la menor expectativa de vida y la ocurrencia de epidemias de forma más frecuente y devastadora que los que sucede hoy en día.

También la costumbre de velar y llorar al fallecido de una forma más ceremoniosa e intensa.

Unos de los aspectos más resaltantes de la modernidad es el desarrollo tecnonólgico de la medicina que ha logrado reconocer el porque del funcionamiento de un cuerpo sano, como funcionan sus procesos metabólicos y los hábitos, ingesta y condiciones de vida y ambientales que afectan la salud de las personas, además de la acelerada identificación de los factores genéticos y congénitos involucrados.

Esto ha logrado un mejoramiento e incremento de la calidad y expectativa de vida.

En la psique de la gente este fenómeno se traduce en que se puede alargar la juventud si se lleva una vida sana y activa.

Si bien esto tiene algo de cierto, el verdadero factor determinante de la longevidad y la salud es la herencia que se ha recibido de los padres, y los demás factores, alimentación sana y adecuada, actividad física, seguimiento médico preventivo, etc, son factores coadyuvantes del primero.

Se ha creado el paradigma por el cual se cree que si se hace ejercicio intensamente, se va a vivir la juventud por mucho más tiempo y, la realidad es que el deterioro de esa estructura física se va a producir irremediablemente en el tiempo.

La práctica saludable solo puede alargar un poco mas la vida y en la realidad impacta más en la calidad de la vida, en especial cuando se llega a la tercera o cuarta edad, habiendo tenido una disciplina de vida como la señalada, pero siempre considerando que la genética puede poner punto final a la vida a pesar de todos nuestros esfuerzos.

Si a esto sumamos todas las técnicas y facilidades que otorga la medicina para «rejuvenecer»a una persona como la cirugía plástica, tratamientos hormonales, terapias alternativas, etc, esta aparente juventud elongada demuestra y constituye en realidad una negación de la realidad de la muerte. En el fondo esconde un miedo terrible e inconsciente a la muerte.

Esto lleva a actitudes obsesivas para mantenerse «joven» a toda costa y tenemos ejemplos patéticos como el de Mikel Jackson y otras personalidades que, gracias a innumerables operaciones, han logrado deformar sus cuerpos a niveles que causan horror, o encontrado la muerte por las complicaciones de la propia cirugía.

Hoy en día es recomendable solicitar apoyo psicológico a la hora de tomar este camino de la cirugía plástica, en especial cuando se utiliza de manera radical o excesiva, incluso cuando se trata de operaciones destinadas a reducir la ingesta excesiva de alimentos por cuestiones de salud, porque muchas veces, el comportamiento obsesivo con la comida oculta problemas psicológicos que no se solucionan con la intervención quirúrgica, puesto que la obesidad constituye, en estos casos, su efecto y no su causa. Apartar esta prevención puede hacer fracasar el objetivo que se busca o generar otra patología o manifestación anómala del trauma o patología psicológica, porque la causa no ha sido atacada.

La autoconciencia de la Muerte: 
“Mientras pensaba que estaba aprendiendo a vivir, estaba aprendiendo como morir.” Leonardo da Vinci.

Más allá de los casos de acercamiento a la muerte y de los casos de negación a los que he aludido, la muerte no se reconoce sino cuando la tenemos encima y nos da un campanazo. Normalmente cuando alguien sufre un accidente muy grave, un infarto u otra situación fuerte, lo ubica frente a frente a la muerte, lo conmueve en todas sus vísceras. A veces nuestra mente la vuelve a esconder; pero en otras somos víctima del miedo. Ya no se ubica a la muerte en la distancia, sino que nos damos cuenta que el asunto en con nosotros.

Steve Job en un discurso planteó su visión y actitud frente a la muerte, pero desde las perspectiva del que lucha en contra de una enfermedad terminal y señaló:

“Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que haya encontrado; porque prácticamente todo, las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso, se desvanece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante. Recordar que vas a morir es la mejor forma de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay razón para no seguir tu corazón….» «Cuando la muerte era un concepto útil, pero puramente intelectual: Nadie quiere morir. Ni siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar allí. Sin embargo, la muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella, y así tiene que ser, porque la muerte es posiblemente el mejor invento de la vida. Es el agente de cambio de la vida. Retira lo viejo para hacer sitio a lo nuevo.”

Pero también esta consciencia de la muerte puede surgir a partir de la llamada crisis de la edad adulta. Esta crisis sucede cuando nos comenzamos a ver más viejos, sea porque no podemos hacer cosas que antes hacíamos con facilidad, o que se hace evidente, fenotípicamente, la vejez, o comenzamos a encontrar a las personas de nuestra generación con más frecuencia en los obituarios, etc. Hay una sensación de que ha pasado el tiempo y no hemos logrado todo lo que aspirábamos en la vida; a las mujeres le sucede cuando se acercan a los 40 y ven que se hace difícil o más peligroso salir embarazadas o que se acerca o se produce la menopausia; nos da la impresión de que el tiempo corre con mayor velocidad y allí surge la angustia de que nos queda poco tiempo para hacer lo que debemos o queremos hacer en la vida. Por supuesto, hay quien lo resuelve con una respuesta evasiva: El tinte de cabello, vestirse con moda juvenil, el gimnasio, la cirugía plástica, remedios para la disfunción eréctil, o cambiar la pareja cuarentona por una en los veintes.

En mi criterio, lo más sano es meterse en el tema, aunque implique entrar en una depresión y, cuando las circunstancias, cualquiera que ellas sean, te enfrenten a la idea de tu propia muerte. Solo así puede la persona morir, psicológicamente, en cuanto al modelo de invencibilidad, para renacer en un modelo de madurez que asuma la vulnerabilidad, encontrando el coraje para seguir viviendo sobre una base real que permita reconocer las reales prioridades en esta nueva etapa de vida.

Siguiendo la perspectiva psicológica, una persona que experimenta o ha experimentado profundamente la experiencia de amar, es capaz de entregarse a otro desde la vulnerabilidad y en el caso del fallecimiento de la persona amada, siente como si ella misma hubiere perdido su vida o una parte importante de ella. Asumir la muerte propia, exige un duelo que hay que vivir y no evadir. Los estudiosos del tema señalan que el duelo nos hace pasar por varias etapas: 1.- Negación y aislamiento (etapa del tinte de cabello o de la liposucción); 2.- Ira (desilusión después de la cirugía plástica); 3.- Pacto o negociación (vamos a alargar la juventud lo más que podamos); 4.- Depresión (esta vaina no tiene remedio); y, 5.- Aceptación (vamos a gozarla mientras tengamos fuerza y salud). Esto no implica que haya personas que pueden saltar algunas de las etapas y más cuando, son ya muy mayores, han pasado por un proceso similar anteriormente, o cuando la muerte está muy cerca, con lo cual pueden pasarse las mismas también a mayor velocidad.

Los psicólogos y psiquiatras hablan de la necesidad del duelo y la vivencia de las etapas del mismo como un mecanismo sano de manejar la situación que lo genera y, está muy vinculado a ese proceso natural del ser humano de entrar en estados de depresión, para luego pasar a estados de inflación o euforia, y que en los casos en que ese ciclo repetitivo resulta demasiado extremista –altos y bajos muy pronunciados- se puede considerar que la persona sufre un trastorno bipolar.

La depresión suele verse como algo terrible que hay que evitar a toda costa. Sin embargo, la depresión además del efecto positivo de sacarnos de nuestra transparencia (4), de nuestra rutina de hábitos, se convierte en un motor de cambio o de evolución; también se vincula, al cambiar el observador que somos, con una inspiración o proceso creador que se ha manifestado en la literatura, la música, el arte, la ciencia, etc.

La realidad de la muerte y la fe o la falta de fe: 
En este tema de enfrentar la posibilidad real de la propia muerte, resulta un factor diferenciador el tema de la fe. Si la persona cree en la otra vida o en la vida eterna, en la reencarnación o en cualquier otra transformación después de la muerte, a pesar de tener que vencer el temor natural que suscita esta situación, puede sobrellevarla mejor por esa esperanza. Cuando llega el momento de la aceptación, las personas se entregan en las manos de Dios y comienzan a transmitir una paz muy grande a su alrededor.

El asunto es que, el ser humano, a pesar de su fe, tiene la inclinación natural de luchar por la supervivencia, además de que, al ser la muerte un paso hacia los desconocido del que “nadie” ha regresado, se sigue con la duda de que efectivamente exista algo del otro lado. Esto nos lleva a lo que antes mencionamos: los distintos niveles de conciencia, reptil, límbica o del neo córtex, no dejan de operar, lo que cambia es su injerencia o su control sobre la persona.

Más adelante, en este escrito, cuando hable de “La Muerte y La religión”, ampliaré mi posición acerca del tema.

La Oración y la Unción de los Enfermos:
La oración, como una de varias formas de meditación, es un instrumento poderoso para transitar momentos difíciles como la propia muerte, o la de un ser querido o la proximidad de la misma. La oración aumenta los niveles de vibración de las personas y ayuda a lograr un equilibrio y paz interior en quien la practica seriamente. Si la práctica se realiza en grupos tiene un efecto exponencial; por algo dijo Jesucristo: “En donde haya dos o más personas en oración, yo estaré entre ellos.”

En mi caso, cuando impongo manos, lo hago en oración; Mi práctica no produce, per se, la cura o el alivio del paciente; quien se cura o alivia es el paciente; la sanación es la conexión del paciente con aquello o aquel que está más allá de nosotros o en nosotros. El sanador es un canal que facilita esa conexión. Por supuesto, como todo canal, hay una diferencia entre un cable de cobre y uno de fibra óptica, es decir, la conexión del que impone las manos con un nivel más alto de energía, hace más intensa la experiencia. Por eso en estudios que se han realizado, se ha demostrado que la actitud del paciente tiene un peso en la efectividad de la sesión; su emoción y su mente juegan a favor o en contra del proceso.

También estoy convencido de que la información que manejo de la persona o de su estado de salud no proviene de mí, sino que me la susurran al oído.

En muchas sesiones, cuando impongo las manos, siento como si al mismo tiempo alguien estuviera imponiéndome las manos a mí. La explicación que me he dado es que algún ángel me apoya.

En un caso reciente, cuando le estaba imponiendo las manos a una persona enferma, el paciente me preguntó: “¿Quién es el hombre vestido de blanco que está detrás de ti?” Yo le dije que era mi ángel de la guarda.

En casos muy graves, solicito ayuda de personas que se dedican a orar por lo demás, con tres finalidades: para la mejora del paciente, para mi protección, al tener que lidiar con los drenajes energéticos de enfermedades graves y para la protección de los que cuidan de esos enfermos. En estos menesteres mi gran amiga y maestra Judith García Granados de Vestrini, me ha ayudado en innumerables oportunidades, coordinando grupos de oración en Venezuela y Guatemala para apoyar, con sus plegarias, a las personas que lo necesiten. Élla siempre ha estado detrás de mí para que me proteja y busque los refuerzos necesarios para acompañar a los pacientes.

Más abajo comentaré el tema de los cuidadores que siempre pasan inadvertidos y que requiere una atención especial.

En cuanto a la unción de los enfermos, pienso que ha demostrado en muchos casos que no solo ayuda a tranquilizar el alma y la angustia del enfermo, sino también produce mejorías en muchos pacientes.

En cuanto a esto tengo una anécdota con una paciente abogada, mi primera jefa cuando era estudiante de derecho, la Dra. Olga Martín de Correa. Un día la mujer más inteligente y espectacular que conozco, Estela Cedeño de Abreu, gran amiga, jefa y maestra, me informó que la Dra. Correa se encontraba muy grave en terapia intensiva del Urológico de San Román, Caracas; se le había introducido el intestino delgado dentro del grueso, en el lugar en donde los dos se encuentran y esto le produjo una obstrucción intestinal y una peritonitis, agravada con un principio de septicemia. Me señaló que los médicos no le daban esperanzas luego de la cirugía que le habían practicado y que esperaban el desenlace de un momento a otro. Por esto me urgía que fuera a visitar a la familia en la clínica.

Como suele pasarme con personas con las que he mantenido una relación muy estrecha, le dije: “Noooo Estela, la Dra. Correa no se va a morir por el momento, no porque no esté grave, que lo está, sino que no le toca todavía.”

Visto su consejo, me fui a la clínica y pasé por la oficina de mi urólogo, consejero, maestro y amigo, el Dr. Julio Otaola Paván  quien no estaba en su oficina; esperando que apareciera, se presentó el Capellán de la clínica a despedirse porque salía de vacaciones. Yo lo atajé y le dije: “Padre no se me va a ir sin antes ponerle los santos oleos a una paciente que está muy grave en terapia intensiva.” El me pidió el nombre y se fue de inmediato a cumplir mi encargo.

Al rato subí y me encontré a los familiares con el Dr. Otaola y me contaron los siguiente: La hija menor de la paciente estaba afuera del área de terapia cuando el sacerdote salió, luego de cumplir mi encargo y ella lo abordó para solicitarle lo mismo que yo le había pedido y él le preguntó el nombre de la paciente. Cuando ella se lo dijo, el cura le contestó: “Si ya se los impuse; el médico me lo pidió hace un rato.” Por supuesto, al escuchar esto, pensaron que, si el médico pedía la Unción de los Enfermos, así de grave estaba la paciente y se pusieron a llorar. Menos más que casi inmediatamente apareció el Dr. Otaola y les aclaró que él no había hecho tal requerimiento. Lo más gracioso es que el cura me graduó de médico.

Por supuesto, comencé a acompañarla y el resultado fue que se recuperó totalmente y, posterior a esa crisis, le extrajeron la vesícula y le destruyeron piedras en los riñones. Siempre que me ve me dice: “Gonzalito, tú eras el único que estabas convencido de que no iba a morir.”

Los santos oleos son buenos antes de una cirugía y de un largo viaje. Hay que estar listo para la muerte, la “cual nos sorprende como un ladrón que entra en la casa en la oscuridad.”

La imposición de manos como acercamiento a la muerte: 
Desde que me inicié en la práctica de la imposición de manos, tema sobre el cual he escrito en estradas anteriores, me ha tocado interactuar con todo tipo de casos y circunstancias y, con el tiempo, he tenido que aventurarme más allá de lo que hubiere imaginado.

Uno de los primeros casos fuertes que tuve fue cuando me enteré que un amigo iba a ser operado del corazón (5 by pases), el día antes de la cirugía. El no tenía idea de que yo realizaba esta práctica y sin embargo me aventuré a llamarlo y decirle que necesitaba hablar con él antes de la operación. Fui a su casa y le expliqué en líneas generales el proceso y sus fundamentos. Aunque él no creía mucho en lo que yo le decía, el miedo a la operación era tal, que aceptó el “tratamiento”, y además, tenía serias dudas acerca de la operación. Le dije que al imponer las manos podía sentir como iba a resultar el proceso, además que la nivelación de los chacras ayudaría al éxito de la operación y a su posterior recuperación.

A renglón seguido hice la sesión y al terminar, comencé a sentir escalofríos similares a los de un estado febril: temblaba completamente y me titiritaban los dientes. Le pedí una cobija y me acosté en un sofá. Cuando me vio así me pregunto: “¿Es que me voy a morir?” Todavía en el sofá le dije: “no te preocupes, lo que pasó fue que el cuadro cardíaco es tan grave, que me drenó toda mi energía. Para mí esto no fue más que la confirmación de que debes operarte; si decides no hacerlo, vas a morir de un infarto en muy corto tiempo, así que la decisión de operarte no debes cambiarla, ni diferirla. También vas a salir muy bien de la operación, te vas a recuperar muy rápido y vas a batir todos los records de la clínica”.

El resultado fue que, además de salir muy bien de su operación, batió los siguientes records de la clínica: Velocidad de des intubación, luego de la operación, menor tiempo en terapia del post operatorio y menor tiempo para pararse de la cama luego de la cirugía.

Esta experiencia me enseño que requería mayor protección para el tratamiento de pacientes graves y que la imposición de manos tenía resultados muy favorables cuando se utilizaba antes de una cirugía.

La muerte de personas muy cercanas:
Poco tiempo después me tocó vivir una de las experiencias más tristes y traumáticas de mi vida: Una amiga muy querida tuvo un gravísimo accidente de tránsito en el cual salió expulsada del automóvil, con graves traumatismos en la cabeza y falta de oxigenación cerebral. Fui de inmediato a la clínica y me permitieron entrar en terapia intensiva. Ese día había 4 personas en terapia: una señora en coma, víctima de disparos por arma de fuego, otro con un ACV, una señora recién operada de corazón abierto y mi amiga. Me paré al lado de su cama y cuando traté de tocarla no pude, porque comencé a sentir el drenaje energético. Cerré los ojos y coloqué mis manos a cierta distancia sin tocarla y comencé a respirar profundo. En ese momento sentía como si estuviera parado al borde de un precipicio y mi amiga agarrada de mí para no caer. Esto lo pude hacer por dos o tres minutos y cuando no pude más, abrí mis ojos y antes de salir pasé la vista por los cuatro enfermos y salí.

Afuera estaba alguien, quien no recuerdo, que me preguntó: “¿Cómo la vistes?” Y le dije: “Muy grave, pero si me preguntas por todos los de adentro te puedo decir que ella va a salir de terapia, la señora de la operación de by pass también, pero la de los disparos y el del ACV, se van muy pronto.” A la semana mi amiga y la señora operada estaban en sus habitaciones y los otros dos pacientes habían fallecido….

Lo triste fue que mi amiga logró sobrevivir por 12 años más en un estado de inmovilidad casi absoluta y de mínima conciencia. Estuvo en su casa los primero años posteriores al accidente y cada cierto tiempo pasaba por allá para verla. Luego por las dificultades propias de este tipo de cuadro médico, la familia se la llevó a España donde podían proporcionarle mejores cuidados.

Unos meses antes de morir, sentí la necesidad de visitarla para despedirme; ella estaba recluida en un hospital de enfermedades crónicas de una población de Galicia, en la que recibía diariamente la visita de sus padres. Como tenía tiempo queriendo hacer el Camino de Santiago, me fui en septiembre de 2006 para ofrecer la peregrinación por ella, para que Dios le diera la libertad de ir a su encuentro y para bendecir a su hermosa familia, quien a partir del momento en que la conocí, se convirtió en propia. Pocos meses después, de manera intempestiva y sin ningún sufrimiento fue a su encuentro con el creador.

En retrospectiva, pensando en ella en la época anterior a su accidente, la recuerdo como alguien que disfrutaba de la vida como si no le quedara suficiente tiempo. A veces parece que alguna personas intuyen la cercanía de la muerte aunque no sufran de una grave enfermedad.

La muerte de mi padre:
La primera versión de este libro la terminé de escribir 12 días antes de la muerte de mi padre, Gonzalo Pérez Luciani, porque pensé que después de su partida iba a ser muy difícil hacerlo. En esos días ya tenía cinco meses recluido en su casa sin poder salir por su delicado estado de salud y su deterioro era paulatino e indetenible.
Mi madre María Teresa Petersen de Pérez, lo acompañó de forma esmerada en esos meses y además tuvo el apoyo de un enfermera y la presencia cotidiana de todos su hijos, lo que hizo más manejable la situación para ambos.
Ya con ochenta y ocho años de edad, tenía un cáncer de vejiga que había tenido a raya por 25 años y un tema cardiovascular relacionado con arritmias. Gracias a Dios que el proceso del cáncer no le produjo dolores, pero fue perdiendo peso y tonicidad muscular, agravado con temas de mala circulación en sus piernas que fue limitando su movilidad cada día más.
Uno de los aspectos positivos de ese período fue que nos recomendaron un doctor que atiene en casa y que organizó todo para que su atención médica se hiciera en casa sin necesidad de recluirlo en ninguna clínica y que logró recuperar en ese proceso su calidad de vida, sumado al apoyo de un fisiatra que lo apoyaba de 2 a 3 veces por semana (por cierto incluimos e a mi madre en la fisioterapia para mantenerla en forma durante este período).
En un determinado momento se tomó la decisión de hospitalizarlo para ponerle un «marca pasos» esto lo mantuvo en la clínica un periodo de 10 días, en el que resultó muy interesante un evento que es el siguiente:
Previo a la colocación del marca pasos, estábamos en la habitación esperando que vinieran a buscar a mi padre para llevarlo a quirófano y ya acostado en la camilla de traslado, mi padre comenzó a sentirse nervioso por la tardanza y en vista que teníamos tiempo y estaba presente mi hermana Ana María con su esposo Héctor le pedí a ella que me acompañara en la imposición de manos. Cuando íbamos a comenzar, alguien toca a la puerta y al abrirla apareció el mismo sacerdote mencionado ut supra, preguntando si había algo que el pudiera hacer, a lo que le dijes: «si padre necesitamos una oración para enviarlo al quirófano».
Acordándome de las sesiones de Barbara Brenan, contenida en su lubro sobre imposición de manos, le pedía a Ana María que se ocupara de la cabeza, el sacerdote lo tomó de la mano y comenzó a orar y yo tome el lugar de los piés.
Esta resultó ser la sesión más impresionante de imposición de manos que he vivido en mi vida: Comenzó a generase una energía tan fuerte, que la habitación parecía un horno, a pesar de estar encendido el aire acondicionado. El pecho se me encendió de tal forma que me costaba respirar y decir alguna palabra y todos los que estaban alrededor no podían contener las lágrimas.
Terminada la oración, se llevaron a mi padre al quirófano y Ana María Héctor y to tuvimos que salir a la terraza, porque seguíamos energizados de tal forma, que nos hacía falta aire. Tardamos más de 20 minutos en recuperarnos.
Por supuesto la intervención fue un éxito y el marca paso logró su objetivo. Nos devolvieron a nuestro padre rozagante, se le veía la circulación en la cara y se s despertó conversando, como tenía meses que no hacía.
Luego de su muerte, entendí que ese fue el comienzo de su preparación para su tránsito a la eternidad, en el cual el enfermo muestra una fortaleza en su campo energético desproporcionada con lo que refleja su cuerpo físico.
Pocos día después,lo llevamos a casa. El médico le estableció su tratamiento y terapias que debía cumplir en casa.
La noche del 22 de marzo de 2013, estábamos varios de los hermanos acompañando a nuestra madre, en el salón de estar de su apartamento, el cual está separado del resto de las áreas sociales del mismo, con una puerta de madera con vidrio, que abre hacia afuera de ese lugar.
Cuando en el apartamento hace calor, se abre la ventana de esa habitación, la puerta y las ventanas que están al otro lado del apartamento y la corriente de aire fluye desde el cuarto de estar al resto del área social. Nunca el viento sopla en sentido contrario. Esa noche, con las ventanas cerradas, tanto las de este salón como las del otro lado del apartamento, de repente se cerro con fuerza la puerta. Como era algo que nunca había ocurrido, todos nos quedamos callados del asombro. La primera que dijo algo fue Ana María: «¿No será que lo vinieron a buscar? «, refiriéndose a mi padre. Yo le respondí si eso es así, solo mi tía Mima es lo suficientemente impertinente para haber tirado la puerta para hacerse sentir.
Siempre he creido que los seres queridos mas cercanos vienen a acompañar, en el tránsito al otro mundo, a aquellos que les toca partir y no dudo por un instante de que mi tía Mima haya sido uno de ellos.
En la mañana del 23 de marzo de 2013, me levanté temprano y fui directo a ver a mi padre, quien estaba preparado para recibir a la terapista y comencé a  echarle broma y a decirle que luego de su terapia nos íbamos a poner de pie y comenzar a caminar. Su rostro estaba rozagante y tenía una sonrisa espectacular.
Llegó la terapista y comenzó a trabajar con él, al rato nos llamó a mi madre y a mí para decirnos que no estaba respirando; yo le puse la mano en el pecho y su corazón seguía latiendo: esta; muchacha tan joven comenzó a a darle masajes cardíacos y respiración boca a boca: al rato se empezó a casar y me pidió ayuda para hacer el masaje, pero al ponerle las manos encima sentía que ya se había ido, pero mi madre estaba ansiosa a lado de la terapista que le preguntaba a ratos: ¿paramos?. Hasta que en un momento, mi madre le dijo: «Déjalo ir»».
Vista la experiencia en el momento dela muerte entre Heberto Ramos y su hija Natahaly, relatada en este escrito, entendí que no solo es importante dejar ir o entregar al que se está yendo, sino quien es la persona que está llamada a hacerlo. Esta entrega es determinante para la recuperación posterior a la muerte de los que aquí quedan.

Cuidado del Cuidador:
Cuando los pacientes están muy gravemente enfermos “roban” mucha energía de su entorno y, si están en ambientes hospitalarios, especialmente en terapias intensivas o en salas de administración de tratamientos de radio o quimio terapias, la situación es peor, para el paciente y para las personas que los cuidan.

Hay enfermedades que tienen efectos devastadores en los cuidadores como son las que discapacitan gravemente a los pacientes, mental o físicamente. Esto también sucede cuando las personas tienen que lidiar con una persona que consume drogas dañinas (incluyo aquí sustancias o productos de uso y comercialización lícitas). En los casos de deterioro intelectual o de uso de drogas, es recomendable que el cuidador esté sometido a ayuda psicológica para poder sobrellevar esta situación y no verse sumido en depresiones profundas o deterioro de su salud. Deben contar con refuerzos y apoyo de varios familiares, amigos o de personal contratado para evitar caer en el “titanismo”(5), es decir, llegar al extremo de no separase del enfermo a niveles que son dañinos para el cuidador.

El cuidador debe crear una cierta normalidad en su vida, que le permita salidas, el cumplimiento de sus horas de sueño, tener una alimentación adecuada y ejercicio físico y el mantener su apariencia física arreglada.Algo que no ayuda al cuidador es que lo juzguen por conservar algo de normalidad y sosiego en su ya complicada vida.

También es importante que las oraciones las ofrezcamos para la protección, salud y bienestar del cuidador, porque las necesita verdaderamente. Los que se dedican de manera constante y cercana a los enfermos, merecen todo nuestro respeto y admiración. Yo le ruego al Señor para que sobre ellos desciendan todas las bendiciones.

Acompañamiento de enfermos terminales:
«Todo el mundo decía: ‘Es un hombre afortunado’; y ahora ¡qué de tormentas se abaten sobre su cabeza! No llames afortunado a un hombre que no esté muerto. La muerte está libre de dolor». (Sófocles en Edipo Rey)

A partir de la experiencia antes narrada, se me han presentado muchos casos en que me han solicitado apoyo para acompañar a personas en su tránsito hacia la eternidad. Lo complejo de las situaciones anteriormente narradas me permitió comenzar a atender casos tan graves como los de cáncer metastásico.

En este aspecto, resulta muy importante la actitud y el acercamiento a la persona enferma y los miembros de su familia. La emocionalidad del paciente o la de los que lo rodean es una cosa y la del que acompaña es otra. Con esto quiero decir que hay personas que creen que son solidarias cuando muestran tristeza o lloran con las personas que se sienten tristes y lo que hacen es tomar como propios sentimientos que no le pertenecen.

Lo ideal, en el acompañamiento, es que la persona que apoya al paciente y a la familia, esté en paz y armonía y que no solo acompañe sino que acompase a las otras personas, pudiendo incluso tener una posición positiva y enfocada en una acción beneficiosa para los acompañados. Existen personas que traen al entorno del paciente una suerte de nube negra sobre sus cabezas y en vez de traer paz, amor o armonía, traen desagrado e incomodidad.

A veces me preguntan cómo logro mantener una calma y armonía en casos muy graves, y les digo: “Mi labor es como la del que está en un bote, a salvo, y al ver a una persona ahogándose le lanza una cuerda o un salvavidas y lo ayuda, no se lanza a ahogarse con la otra persona.” Esto lo agradecen muchos los pacientes, porque en una situación de depresión o tristeza y consiguen a un compañero que no los ve con lástima, sino desde la tranquilidad y el equilibrio, alivia en alguna medida su situación.

Una conversación grata, un compartir el momento y, constituirse en un escuchador estupendo que no juzga, que acepta al paciente tal y como es. Lo más importante de todo: Estar presente, en el hoy y en el ahora.

Como le sucede a casi toda persona a lo largo de su vida, le toca acompañar a algún miembro de su familia o amigo cercano en su tránsito a la otra vida; en esa circunstancia, viví mi experiencia con mi tío Vasco Pérez Luciani. Su último año de vida comenzó con una caída que le produjo la fractura de la cabeza del fémur. Él como médico y hombre de ciencia siempre me recomendaba que me dejara de esas “brujerías” sin ninguna base científica, pero a los setenta y nueva años de edad, se enfrentaba a una larga operación con probabilidades bajas de éxito por la edad y los bien conocidos efectos colaterales de la anestesia en personas mayores. Le recomendaron un médico de larga experiencia para llevar a cabo la operación y él sin titubear solicitó al cirujano más veloz de la clínica. Antes de entrar al quirófano permitió que le impusiera las manos como pre-operatorio. La operación duró dos horas y se recuperó con bastante rapidez, tanto que lo médicos pensaban que lo más probable no podría caminar sin ayuda de andadera. Le fue muy bien en su fisioterapia y pudo restablecer su normalidad muy rápidamente.

Durante ese año estuve muy cerca de él y más porque se le presentó una situación en la que mis tíos se vieron obligados a vender su casa y comenzar a hacer planes de mudanza a una nueva vivienda. Nunca se me olvidará que, durante el proceso de negociación de la casa, siempre decía: “Yo salgo de esta casa con los pies por delante”, queriendo decir muerto.

Todavía sin haberse mudado, estaba solo un domingo en su casa y mi padre lo invitó a comer fuera y, en ese almuerzo, pasó algo para mí nunca visto, mi tío habló. La mayoría de los Pérez viejos han sido muy parcos en el hablar y nos tuvo entretenidos conversando de su padre, el Dr. Manuel Pérez Díaz, quien falleció en Caracas el año de 1930, cuando mi padre tenía apenas 6 y mi tío, 16 años. Lo más que había oído de mi abuelo paterno lo contaba mi padre y era que él se acordaba sentado en las piernas del abuelo para que él le leyera un cuento y que en su última enfermedad fue perdiendo facultades mentales, comenzando con la pérdida del habla, que lo obligo a comunicarse por escrito, para luego perder la capacidad de escribir, lo que lo obligaba a dibujar objetos para hacerse entender. Este proceso de deterioro fue tan rápido que los médicos hoy en día lo atribuyen a un tumor cerebral muy agresivo.

Mi tío, quien sufría de ágora fobia (fobia a lugares abiertos), siempre fue protegido por el abuelo, quien entendía plenamente la situación de su hijo. Contaba que lo llevaba a visitar el leprocomio del litoral, donde mi tío se apasionó con los estudios sobre la lepra y en general de dermatología del maestro, su padre, que había creado esa cátedra en el Universidad Central de Venezuela (algunos con falta de memoria atribuyen este mérito a un médico más joven) y que además fue Individuo de Número de la Academia de Medicina y Senador de la República.

Una semana después, mi tío sufrió un ACV, que lo hizo perder el habla y la capacidad de tragar. Cuando lo fui a visitar estaba tranquilo, consciente de lo grave de su estado, para lo cual no estaba dispuesto a que le realizaran ningún procedimiento ni tratamiento. Estuve un rato con él y me permitió imponerle las manos. En esa oportunidad pasó algo que se ha repetido ya varias veces y es que, aun estando el paciente en una situación grave de salud, al imponer las manos sobre la cabeza, se siente como si se estuviera posándose sobre una fuente poderosa de energía, pero agradablemente cálida; cerré los ojos y comencé a ver un túnel con una luz más intensa que la del sol, pero que no enceguecía ni daba calor y que transmitía un sentimiento de paz infinita. ¡Esa luz me llamaba!

Cuando terminé, lo vi a los ojos y encontré una paz que no había visto en él nunca en mi vida, sabía que no le quedaba mucho y se despidió de mí. Él siempre estaba temeroso y a pesar de esto supo llevar su vida con bastante normalidad y trabajó hasta que el mismo se dio cuenta que estaba perdiendo facultades y que esto podía afectar a sus pacientes. Aun así, siempre fue valiente para sobrellevar su situación, con el apoyo perfecto de mi tía Mima Feo Batalla. Por eso siempre los admiraré. Murió rodeado de todos sus amigos y colegas médicos, en momento final, les saludó con la mano y con una sonrisa pasó a la eternidad.

Para mí esto fue un gran aprendizaje porque una persona tan buena, que solo hizo el bien durante su vida, murió con la casa limpia; esto le permitió un tránsito en paz y armonía. Este aspecto es fundamental, el poder irse tranquilo, porque se ha perdonado y se ha pedido perdón por los errores cometidos. Así puede recibirse a la muerte con paz y equilibrio suficiente para que la experiencia sea lo menos traumática posible.

En muchos casos cuando se va acercando el tiempo de la muerte, muchos pacientes comienzan a “desvariar” y se les oye nombrar a personas de su vida. Curiosamente las personas que nombran han fallecido con anterioridad. Hay quien dice que en el momento de la muerte los seres más queridos (ya fallecidos) del difunto lo reciben y acompañan para el paso a la otra dimensión. Esto lo he comprobado pidiéndoles a los familiares que hagan el recuento de las personas que nombran.

Algo que aprendí con esta experiencia fue que en los momentos previos a la muerte, la persona va apagando sus chacras inferiores del cuerpo y los superiores se activan de una forma muy fuerte, en especial, el que está ubicado en el tope de la cabeza o chacra número 7. Hay quien dice que el alma sale del cuerpo, al momento de la muerte, por ese lugar.

El apego a la vida mortis causa
A veces he acompañados a personas en sus últimos momentos, pero por alguna razón se encuentran atados a la vida; en la mayoría de los casos que he visto no es por el miedo a la muerte, sino porque existe en estas personas un sentido de responsabilidad muy grande hacia los que se quedan y esa angustia no los deja desprenderse de esta dimensión. Ese fue el caso de mi tío Pepe; su gran angustia era dejar a mi Tía Olga.

En estos casos, se requiere que las personas más cercanas al paciente le den el apoyo y la confianza para que se pueda ir en paz, asumiendo, los que se quedan, la responsabilidad en sus vidas. Muy duro es decirle a un ser querido: No luches más, déjate ir, nosotros estaremos bien, deja de sufrir, nosotros cuidaremos a x persona.

También en estas circunstancias hay quien no se deja ir si no se despide de sus seres queridos y esperan lo que sea necesario para decirles adiós.

Creo que la situación más seria en estos casos de apego resulta cuando la persona tiene culpas o temas que evadió a la largo de su vida y se quedan atados a la tierra a pesar de haber fallecido.

Tuve un caso de un paciente que tenía toda una cantidad de enredos con mujeres, un hijo natural, etc. Esos enredos quedaron sin resolver. Cuando esta persona falleció, fue como una gran sorpresa, porque tenía la convicción de que le quedaba algo de tiempo más para vivir. A la semana de su muerte, me llamó la viuda para relatarme un evento misterioso… La señora me contó que durante muchos años ella ha tenido la costumbre de levantarse a las 3 de la madrugada, bajar las escaleras de su casa para buscar agua. Cuando se levantaba y comenzaba a bajar nunca encendía la luz de la escalera y su marido desde su habitación siempre le decía: “¡Mujer te vas a matar algún día por esas escaleras! ¡Enciende la luz!”

Resulta que, a partir del fallecimiento de su esposo, cada vez que ella bajaba la escalera por la madrugada, la luz de la escalera se encendía sola. Esto lo atribuyó a que su marido siguió en su casa luego de su muerte.

Las despedidas de los que se van: 
Con un primo me pasó que, en el momento de su fallecimiento, me sacó de la cama, como una forma de decirme que se estaba yendo. Cuando sonó el teléfono ya sabía que había fallecido, y en su caso, la muerte lo tomó de sorpresa, bailando en un botiquín. Un infarto fulminante lo mató en seco. Él se fue feliz, porque murió como vivió y como quiso.

El contraste entre el Cuerpo Energético y el Físico: 
En este camino, se me han presentado personas que, a pesar de que los médicos válidamente diagnostican una enfermedad muy grave, se presenta una diferencia muy visible entre lo que es el estado de salud real y la apariencia y desempeño de la persona.

El primer caso que se me presentó fue el de mi gran amigo Rodolfo Sacchi S., quien comenzó a sufrir una enfermedad en la que la médula comienza a producir plaquetas de un tamaño superior al normal, con lo cual se acrecentaba, de manera peligrosa, el riesgo de formación de coágulos en la sangre.

Tuvo varios años con un tratamiento hasta que, en un determinado momento, la médula comenzó a producir glóbulo rojos defectuosos, los cuales eran eliminados por su propio sistema inmunológico (un tipo de leucemia). Esto lo obligaba a hacerse transfusiones de sangre con cierta regularidad, tratamiento que en definitiva no es sostenible en el tiempo porque el sistema inmunológico aprende a reconocer la sangre ajena y cada vez se hace más eficiente en la destrucción de esas células sanguíneas. Lo impresionante es que, en algunas circunstancias, la hemoglobina le bajaba a 4 y el seguía como si nada, incluso conducía su automóvil y realizaba sus diligencias, con el objetivo fundamental de atender a su esposa Mimí, quien tenía ya varios años sufriendo de Alzheimer.

Los médicos no podían entender cómo podía siquiera parase de la cama. Me tocó acompañarlo en todo su proceso y al momento de partir, yo estaba regresando de un viaje al exterior y en el avión, a la exacta hora de su fallecimiento, involuntariamente comencé a rezar. Al terminar mis oraciones me quedó claro que mi amigo había partido.

El otro caso bien interesante, fue el de Juan Lavie Betancourt, Juan Ignacio (Nombre que seguro lo sacaron del Libro Las Celestiales de Miguel Otero Silva). Su hermana y su sobrina me pidieron que ayudara a Juan, él tenía un cáncer de ganglios linfáticos, ya en etapa metastásica.

Él vivía en a Araure, Estado Portuguesa y me trasladé con su sobrina para conocerlo y evaluar cómo podía ayudarlo. En mi primera visita le impuse las manos utilizando un cuarzo blanco, el cual toma el paciente con su mano izquierda como mecanismo de captación de las energías negativas de la enfermedad. Al terminar la sesión, que no duró más de 5 minutos, Juan se quedó totalmente dormido. Como una hora después se despertó y le dije lo siguiente: “Tu eres el paciente más extraño que he tenido; a pesar de la grave enfermedad que padeces, todos tus chacras están bien, rotando estupendamente e intercambiando energía como si tu no tuvieras enfermedad ni afección alguna. No sé que decirte, y esto me lleva a la conclusión de que yo no puedo hacer más por ti y que la única razón por la que vine es para que tú me enseñes algo que tengo que aprender.” Comenzamos a conversar y como si nos conociéramos de toda la vida, nació una amistad muy grande, me contó su vida entera, hasta lo que una persona solo contaría alguien demasiado cercano.
Se quedó con el cuarzo y no me lo quiso regresar. Yo le preguntaba que iba a hacer con esa piedra y me respondió: “Pegársela a un ladrón que entre en la casa”.

Este personaje tenía una habilidad para hacer amigos y relacionarse con todo el mundo; en especial con los niños que lo adoraban, desde niños de 4 años hasta tarajallos de 21 años lo trataban como si fuera uno más de su grupo, siendo él una persona cercana a los 70 años de edad. La otra cosa curiosa es que a él no le hacían daño las quimioterapias y, luego de pasar un día entero recibiéndola, era capaz de irse a un bar y bajarse una botella de ron con sus amigos. A mí me tocaron varias sesiones de aguardiente con él.

En mi criterio, Juan Ignacio era un maestro de la felicidad. Nunca hablaba mal de nadie; todo era dicho con gracia; tenía una inteligencia emocional y racional muy elevada; por supuesto, le faltaban más de un tornillo en la cabeza, y un carisma que encantaba a cualquier persona.

Una vez me contó que estando en un Hotel de Miami Beach, en donde se presentaba Frank Sinatra, el buscó conversar con él, luego del show que presentó en ese lugar y logró invitarlo a “rajar caña” toda la noche y terminar en su casa preparándole desayuno venezolano con arepas de maíz blanco.

Nunca se tomaba las cosas demasiado en serio. Una vez conversando me dijo: “Gonzalo me estoy muriendo de a poquito”. A pesar de tal declaración, siguió echando broma como si nada serio hubiere pasado.

Días antes de su partida, comenzó a tener unos dolores por la presión que le causaba una de las metástasis en el vaso, que afectaba al hígado. Su doctora le había recomendado unas sesiones de radioterapia. El hijo mayor, que estaba de visita, conociendo la gravedad de su padre, tan avanzado estaba el cuadro, que la doctora le había prohibido seguir bebiendo alcohol, insistía en que no debían aplicarle más tratamientos y esto generó una polémica con la esposa que pensaba que debía seguirse el consejo de los médicos. Allí intervine y les dije que me dejaran hablar con Juan para saber su posición al respecto. A pesar de la situación, Juan estaba en pleno uso de sus facultades mentales y le pregunté qué pensaba del tratamiento de radioterapia y me dijo que él quería hacérselo. Le dije que si estaba consciente de que la finalidad era para reducir un poco el tumor para aliviar el dolor que producía y que la terapia no tenía un propósito curativo y me contestó que estaba claro en eso y aun así quería el tratamiento.

Esto me enseño mucho, en el sentido de que, mientras un paciente esté en plenas facultades mentales, hay que informarlo adecuadamente de su situación y respetar su derecho a decidir el curso de su tratamiento. Es un derecho humano tomar ese tipo de decisiones y eso hay que aceptarlo por más irracional o inadecuado que nos pueda parecer la decisión del paciente.

El día de su muerte, un compañero de tragos –un cura amigo- fue a su casa a ofrecer una Eucaristía, acompañado de monaguillos con instrumentos musicales. Terminada la misa, el pidió acompañamiento de los músicos, tomó unas maracas y en su lecho de muerte cantó: “Mi burrito Sabanero”.

Ese día hubo una peregrinación de todos los niños y jóvenes de la urbanización quienes vinieron a despedirse del tío Juan. Esa noche pasó a la eternidad.

Otro paciente en que su cuerpo energético no correspondía en nada a su cuerpo físico, era Heberto Ramos, padre de mi gran amiga y consejera Natahaly Ramos (alguien que está muy bien vista en las alturas, con una gran espiritualidad, reciedumbre y amor por todo lo que emprende y ha emprendido en la vida). Ella ha sido siempre una gran aliada en muchas de estas actividades extracurriculares.

Heberto tenía una recidiva de un cáncer de Riñón que había sufrido 5 años atrás y que llevó a los médicos a extraerle el riñón afectado. Cuando lo vuelven a diagnosticar, ya tenía metástasis en varias partes del cuerpo. Comenzaron con un tratamiento de quimio “light”, pero los doctores le dijeron que entre los efectos secundarios iba a sufrir de ictericia.

Yo comencé a tratarlo y a tener largas conversaciones con él durante su tratamiento y yo le decía: “Esos médicos no saben lo que dicen. Usted tiene un hígado entrenado por tantos años de rajar aguardiente y esa quimio no le va a hacer ni coquito.” Efectivamente, nunca se puso amarillo y soportó bastante bien el tratamiento.

Sin embargo, la enfermedad avanzó sin prisa, pero sin pausa, hasta que llegó un momento en que los valores de los exámenes de laboratorio señalaban que necesitaba diálisis. A pesar de esto, él se sentía bien, salía a la calle y conducía su automóvil, aunque tenía una debilidad general, pero que no lograba tumbarlo en una cama. Aquí quedé gratísimamente sorprendido de los médicos que lo atendían, tenía un psicólogo, un urólogo y el oncólogo y trabajaban coordinadamente conservándole su calidad de vida. En esta situación le dije a la familia: “Si él no tiene ninguna molestia por lo del riñón, sigue orinando y según él, mejor que antes, siempre habrá tiempo para el tratamiento.” Días después el oncólogo y el urólogo llegaron a la misma conclusión.

El día que partió, se fue al hospital, sin aceptar silla de rueda, bien arreglado, con sus anteojos de pavo y bien perfumado.

En el hospital se acomodó en un sillón del cuarto, negándose a acostarse porque, según él, si se acostaba se iba a morir. Se quedó esperando a su madre que venía de una ciudad lejana y cuando llegó se levantó y le dio un abrazo de bienvenida. Luego se acostó a eso de los 8 de la noche.

Esa tarde su yerno Juan Colmenares me llamó y me dijo: “Gonzalo, los médicos ven muy mal al viejo y creen que le quedan solo unos días de vida.” Yo le contesté que solo le quedaban horas.

Con el cuidado de su hija y con su fervorosa oración lo acompañó con todas su familia hasta que falleció pocas horas después.

Este caso lo resalto porque la apariencia y ánimo del paciente era totalmente opuesta a lo que decían las pruebas médicas y, sin embargo, conservó una razonable calidad de vida y pasó en paz absoluta espiritual a la eternidad.

Aquí el apoyo y guía espiritual de su hija Natahaly fue determinante para la aceptación por parte de Heberto de su pronta muerte y su reconciliación con Dios y con toda y de toda la familia; fue un ejemplo de lo que debe ser una familia cristiana frente a la muerte.

Todos los días los bendigo porque han sido unos guías especiales para mí. \

El tratamiento posible vs. la calidad de vida del Paciente:
En estos casos de gravedad hay que estar muy cerca de los médicos y entender cuál es su filosofía de tratamiento y de vida.

Hay quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa al paciente sin importar si va a tener algún efecto o sin considerar la merma que puede producir un tratamiento en la calidad de vida del paciente.

La decisión de sacrificar la calidad de vida por un tratamiento debe ser una decisión consciente del paciente, o en su defecto, de sus familiares, tomando en consideración la gravedad de los efectos y la real perspectiva de recuperación. Estas decisiones no son nada fácil y por eso resulta trascendente la confianza y la honorabilidad del médico tratante y, considerar, en el caso de que la decisión corresponda a los familiares, que esté privando el interés del que decide y no el del paciente. Aquí también va a actuar las visiones particulares acerca del tema de la muerte y los miedos y apegos que estén en juego.

Siempre le digo a la gente que no hay nada más peligroso que un cirujano con un giro vencido.

El tema de los médicos es complejo y más en mi caso personal en que participo, al lado del paciente, como un apoyo colateral. He tenido la suerte de contar con varios médicos que conocen mi participación en estos casos y que en muchas oportunidades me ayudan a aclarar el cuadro médico y a validar algunas de mis recomendaciones a los pacientes.

También me sucede que, al tratar al paciente, logro ver al médico como parte del proceso y, aún sin conocerlo, me hago un juicio de su validez en el tratamiento del paciente. Esto me permite reforzar en el paciente la confianza en el médico y, en otras oportunidades, me permite transmitirle preguntas o dudas que pueden aclarar mejor el panorama del tratamiento.

Grave es cuando no he sentido válido al médico.

En este sentido fui llamado para imponer las manos en un preoperatorio de un trasplante de riñón entre dos hermanos. Una oportunidad muy especial y más cuando el que dona el riñón le toca la intervención más fuerte. Cuando hice la sesión con la donante, supe, cuál era el que iba a ser usado. Lo supe porque el dolor en mi riñón derecho era muy fuerte. La sesión con el receptor del riñón fue normal, pero al terminar les señalé: “La operación va a ser larga y complicada porque el riñón de la donante tiene dos arterias y el médico se va a enredar con el tema, va a alargar demasiado la operación y el riñón va a sufrir mucho; veo complicado el arranque del riñón después de la operación”. En el fondo pensaba que el médico no era el más adecuado para hacer la operación, pero ¿Tenía el derecho a parar la operación y descalificar al médico simplemente porque mi intuición me decía eso?

En definitiva, en la operación se presentó la complicación que había visto y en definitiva el riñón fue rechazado por el receptor.

Luego de este hecho, me ha tocado buscar entre mis médicos amigos apoyo para que se hagan los planteamientos necesarios que garanticen un mejor resultado. En definitiva no soy médico y mi experiencia es que a veces no veo las cosas con tanta claridad.

En descargo de los médicos me siento en la obligación de decir que, en las mejores condiciones y con los mejores médicos, la persona que le toca partir, se va.

¿La muerte es un designio del destino?:
Con mi experiencia he logrado ver que la persona está en su momento de partir y que no hay nada que lo pueda impedir, en principio….

Sobre este asunto pienso que el planteamiento se puede ver de la siguiente forma: Hay quien piensa que existe el “destino” y que ya se encuentra escrito en un libro cuando debemos partir. Esto tiene algo de cierto, pero no es exactamente así.

Para entender este asunto, me remonto tiempo atrás cuando mi madre negra, María Muñoz (por cierto, una de las personas con mayor inteligencia emocional que conozco), me dijo que la señora Carmen (bruja santera) le había dicho que quería hablar conmigo, sin explicarle a ella la causa de ese requerimiento.

Llegué a mi encuentro y cuando me presenté le dije: “Usted tiene una cabeza tallada en el corredor con un helecho sembrado en ella y me parece que no es correcto. Debe poner la cabeza sola debajo de su cama con un vaso de agua para que consiga su protección”. Esto se lo dije sin tener idea de por qué. Muchos años después, en un programa de televisión que hablaba de la santería, vi que la imagen que representaba a una de las siete potencias.

Ese día me habló muchas cosas, con relación a mi persona todas muy buenas, pero me dijo: “Algún familiar que vive muy cerca de ti, pero no en tu misma casa, va a morir”. Yo le pregunté: ¿Algo se puede hacer para evitarlo? Ella me contestó: “Esa muerte está escrita.”

Resulta que en esa época mi abuela materna vivía en la casa de al lado de la de mi familia y ya contaba con 95 años, según su Cédula de Identidad y 98 años según su partida de nacimiento. Menos de un mes después se fracturó la cabeza del fémur, la operaron, tuvo complicaciones post operatorias y a la semana había fallecido.

Es evidente que a esas alturas del campeonato vivir es un reto muy fuerte en contra de las estadísticas.

Mi abuela rezaba todos los días y pedía a Dios no ser nunca una carga para ninguna persona. Esa gracia le fue concedida, en especial en su última enfermedad.

La muerte y el libre albedrío: 
Por otra parte, creo fielmente que Dios nos ha dado el libre albedrío, con lo cual podemos tomar decisiones de vida o muerte a voluntad.

Si decidimos llevar vidas audaces y desordenadas, estamos acortando, por voluntad propia, nuestra expectativa de vida, sin que esto impida que perdamos la vida por un evento “casual”. En este sentido, pienso que a pesar de que se logre convivir sanamente con el tema de la muerte, eso no implica que pongamos una exagerada intensidad a la vida misma que la ponga en riesgo. Creo que la vida, aunque efímera y precisamente por eso, debe cuidarse como un regalo muy preciado y sin que nos aleje de cumplir la misión que tenemos planteada y actuar responsablemente. También sabemos que al actuar responsablemente en el cuidado de la vida o de nuestra persona, no necesariamente alargamos la misma, pero si podemos mejorar su calidad.

¿Venimos con una misión que cumplir en la vida?: 
Otro elemento que me parece que puede alterar cuanto vivimos es el tema de la misión.

Los orientales hablan de karma y en la forma del camino que nos toca asumir, las tareas que debemos acometer o los aprendizajes que nos corresponden adquirir en esta vida. Pienso que si una persona logra acertar en su misión de vida y la acomete de manera tenaz, puede incluso adelantar su partida.

Una de las veces que me he metido a adivinador, elaboré una carta numerológica a un amigo que estaba enfermo y en esta práctica existe un análisis de la misión de vida de la persona en cuestión. Cuando leí la misión le dije: “La misión que vinistes a cumplir en esta vida ya la lograste.” “Nada más te queda por hacer.” A la semana estaba muerto.

A partir de ese día dejé de hacer cartas numerológicas y, hoy no soy capaz de recordarme como se hace una, porque la borré de mi mente.

Luego de esta pérdida fui a conversar con una vidente amiga que sin saber nada de lo anterior me dijo: “Acaba de fallecer un amigo muy cercano tuyo y él te tenía en alta estima. Él se fue pronto porque era un ángel de luz y lo veo, porque él te protege.”

¿Podemos negociar mayor tiempo de vida?: 
También creo en la posibilidad de negociar con el creador. No es que sea posible siempre. Creo que hay personas que dan una gran importancia a alguna misión o tarea que tienen en la vida y pueden negociar con Dios un plazo adicional. Un deseo tan poderoso que logra que la persona regrese de la muerte, como hemos visto en declaraciones de personas clínicamente muertas, que retornan para terminar eso que les es tan preciado cumplir.

Por esto el “destino” en realidad se encuentra modulado por todas estas posibilidades.

La muerte y la religión: 
Como lo señalé antes, el acercamiento a la muerte por una persona, resulta muy distinto si existe una creencia religiosa a la de una persona no creyente o con serias dudas religiosas.

Hacer aquí un planteamiento completo desde esta perspectiva resultaría fuera de lugar, primero porque no tengo la preparación intelectual para hacerlo seriamente y porque mi intención es mostrar mi visión imperfecta, pero personal, del asunto y, en el entendido de que lo que aquí he dicho no lo asumo como verdad absoluta. Considero que en el tiempo tendré que revisar algunos puntos de vista y acrecentar mi experiencia, hasta el día que me toque enfrentar mi propia muerte.

Sin embargo, en lo religioso me impactó mucho la visión de la muerte desde la perspectiva Mariana y, muy especialmente, a partir de las apariciones de la Virgen de Fátima desde el 13 de mayo de 1917.

Existen dos libros escritos por la Madre Lucia, quien fuera la mayor de los tres pastorcitos, que presenciaron la aparición de la Virgen en varias oportunidades y que relatan con mucho detalle lo sucedido en cada uno de los encuentros, e incluso todo los que sucedió previo a ese año y en los años posteriores.

En una de esas apariciones, la Virgen mostró a los pastores el cielo, de tal forma que los dos niños menores, Jacinta y Francisco ( de 7 y 9 años) se adentraron en el mismo, quedando Lucia (de 14 años) del lado de afuera.

Cuando Lucía se percata de esta situación, le pregunta a la Virgen por qué no la llevó a ella adentro y, la Virgen le contestó, que en un lapso no mayor a un año los dos niños menores iban a morir y por eso les mostraba el cielo, en cuanto a Lucía, le dijo que ella no iba a morir por el momento, porque tenía una labor muy importante que cumplir en la tierra, para lo cual debía empezar a aprender a leer y escribir.

Posteriormente, los lleva a todos al infierno para que observaran a los pecadores sufriendo su castigo eterno.

Luego de esta visita de horror al infierno, la Virgen les pide a los niños que recen para la salvación de los pecadores y que ofrezcan todo tipo de sacrificios para la conversión de los mismos.

Posteriormente, a la última aparición de la Virgen (Octubre de 1917), los niños caen enfermos, son llevados a hospitales y luego de sufrir mucho en su última enfermedad fallecieron ambos. En todo este tiempo de enfermedad se mantuvieron en oración y ofreciendo su sufrimiento para la salvación de los pecadores.

Esta historia me impactó mucho porque siendo estos niños tan buenos e inocentes y además testigos muy especiales de la aparición de la Virgen, en vez de ser “salvados” de la enfermedad y de la muerte, fueron víctima de una muerte dolorosa y sufrida con una resignación muy grande.

Epílogo:
Dentro del parámetro de la eternidad, la vida es tan efímera que, 10 o 100 años, no representan diferencias significativas y pienso que la vida es una experiencia que nos permite Dios para crecer y podernos elevar a un nivel superior de espiritualidad.

Con esta idea en mente, lo importante no es lo largo de la vida, sino lo fructífero de la misma; cuanto hemos hecho para cumplir con la misión que nos ha sido encomendada, esa que va de acuerdo con la voluntad de Dios y no con la nuestra.

No da la Virgen importancia a la duración de la vida, porque ella ratifica la promesa de Jesús de la vida eterna, es decir, que la vida no acaba con la muerte y de la promesa de la resurrección al final de los tiempos, ese final que nuestros científicos ya son capaces de visualizar, bien sea por la destrucción que hagamos de nuestro planeta, una guerra nuclear, por un meteorito, por el procesos de extinción del sol, la separación de la Luna, etc.

El tema central no es cantidad sino la calidad de la vida.

El reto primario del que he hablado en otras oportunidades: Ser una mejor persona todos los días. Asimilar lo efímero de la vida, la verdad de nuestra finitud, no desde la cobardía del ego narcisista que nos miente acerca de nuestra indestructibilidad, sino desde el coraje de afrontar nuestra vulnerabilidad, valentía que nos dará la fuerza para amar profundamente e incrementar el apetito de vivir la vida a plenitud, distinguiendo sabores, olores, sonidos, sensaciones, emociones con mayor intensidad, con una sonrisa, cuando no nos corresponde llorar, entregándonos generosamente a los que consigamos en nuestro camino y agradeciendo a Dios la bendición que hemos recibido con la vida, para enfrentar a la muerte con la casa limpia, sin odios ni cuentas por pagar, para que el paso a la eternidad lo hagamos en paz y armonía. (6)

Aquí me entra una angustia y es que debemos orar por aquellos que han hecho mucho daño en sus vidas y que han partido sin perdonar y sin ser perdonados, ¡Que Dios se apiade de ellos!

Como vemos la muerte forma parte de la vida y como dijo alguien: “Con cada bocanada de aire morimos un poco cada vez.”

Sin embargo, debemos encontrar la fuerza para vivir la vida con intensidad y dando importancia a lo que realmente lo tiene y dejando pasar lo transitorio o intrascendente.

En mi caso ha sido un estímulo para descubrir quién SOY y cuál es mi misión.

Espero que mis lectores acepten este reto que les hago y encuentren su propio camino.

 (1) Charles Sanders Peirce, en su artículo “The Red and The Black.” ( Britannica. Gateway to the Great Books. Vol. 9 Mathematics), en cuanto a la ventaja de morir, señala: “….If man were immortal he could be perfectly sure of seeing the day when everything in which he had trusted should betray his trust, and in short, of coming eventually to hopeless misery, He would break down, at last, as every good fortune, as every dynasty, as every civilization does. In place of this we have death. But what, without death, would happen to every man, with death must happen to some man. At the same time, death makes the number of our risks, of our inferences, finite, and so makes their mean result uncertain.”
(2) Dionisos o Baco: Dios del vino. Suele ser mal interpretada su vocación hacia el disfrute de la vida. Su experiencia acerca de la muerte, cuando se vio obligado a rescatar a su madre del “inframundo”, le permite disfrutar de la vida con la conciencia de la muerte, alejando ese disfrute de la perspectiva Hedonista.
(3) Resaca: DRAE: “1.- Movimiento en retroceso de las olas después que han llegado a la orilla.” Este tipo de olas hace que la corriente te aleje de la orilla.
(4) Transparencia: Término que viene de la Ontología del Lenguaje: Cuando la actuación de la persona resulta de tan grado rutinaria que la realiza sin estar concentrada en su ejecución.»En otras palabras, es todo aquello que hacemos de manera inconsciente y que no vemos. Tenemos en transparencia muchas acciones básicas de nuestra vida, como caminar, escribir, hablar, etc. Se encuentran en nuestra transparencia cosas que hemos aprendido en algún momento de nuestra vida y que se ha convertido en parte de nuestros hábitos.»
(5) Titanismo: Es el empeño que pone una persona en hacer algo que excede de manera importante sus facultades.
(6) “La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros. Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste. Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí. Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino. ¿Veis? Todo está bien. No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!. Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas. Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás. San Agustín de Hipona” Aporte recibido de Estela de Abreu.

Deja un comentario